La atención como estado interior es un libro redondo, equilibrado en su contenido, repleto de claves primordiales y salpicado de útiles sorpresas. Es un libro para leer con calma, los sentidos despiertos y la disposición de quien contempla al atardecer las variaciones de las nubes que lentamente tornan del gris y el blanco al rosa y al naranja.

Así, del mismo modo que nos detenemos a contemplar con deleite los cambios de formas y colores en el cielo, deberíamos afrontar la lectura de este libro, con tiempo para las pausas, hasta que, casi sin darnos cuenta, hayamos hecho nuestras cada una de las claves que nos brinda, todas esenciales.

Continuamos y el capítulo cuarto, dedicado a la atención y seis tradiciones espirituales: el budismo, el cristianismo, el sufismo, el hinduismo, el holismo y el chamanismo, ahonda en los diversos misterios que cada una de ellas atesora. Es muy grato comprobar cómo en las diferentes doctrinas todo se dirime entre el cielo y la tierra, la luz y la oscuridad, el silencio y la oración. Es enriquecedor hacer ese recorrido por las diversas fórmulas de desarrollo del espíritu, con sus creencias y sus ritos.

Leemos y recordamos cosas sabidas, ya aprendidas, descubrimos otras nuevas, y nos emocionamos ante la profundidad y la poesía de los textos que las acompañan, como la máxima del filósofo George Santayana, cuando afirma: “La tierra tiene música para aquellos que la escuchan”; o el bello poema sufí que comienza: “Hoy día como cualquier otro, despertamos vacíos y asustados” y acaba: “y que sea lo que hacemos la belleza que amamos”. Maravilloso. Para rezarlo todos los días.

Llegamos al capítulo quinto y todavía nos esperan sugerentes páginas que versan sobre la atención en la creatividad. Crear, meditar, sanar, conectar con la fuente primordial, desconectar de la razón y activar la intuición; encontrar la propia música, los sonidos que emanan del silencio… ¡Y elevarse con ella! Como los sufís de oriente hacen mediante su instrumento, el Nay, una caña vacía símbolo del alma humana que, para conectar con lo divino, debe estar vacía y pura.

Simone Weil, maestra del pensamiento y el misticismo, a quien el autor cita con cariño y respeto, dice: “todo cambia cuando en virtud de una atención auténtica [el hombre] vacía su alma para dejar que entren en ella los pensamientos de la sabiduría eterna”.